Sanando el delirio
Podcasts, libros, terapias grupales, individuales,
me clavé con el estoicismo,
con la abstinencia,
con muchas teorías y prácticas para mantener fría la cabeza.
Pero me enfermé.
¿Es posible ser estable en un mundo loco?
O, ¿es más loco mantenerte en calma en un mundo que es totalmente caótico?
¿No son nuestras emociones
la reacción normal a lo que sucede?
No sentir es lo mismo que reprimir.
Observar mientras las emociones pasan, eso sí me ha funcionado.
Vomitarlas en libretas hasta no aguantar más y buscar desahogar con la persona en la que quería confiar.
Admito que aún con terapias, escribiendo, meditando, ejercitando mi cuerpo, no hay nada como hablar. No hay nada como enfrentar el dolor que surge con otra persona para tratar de ver la realidad juntos, sin aislar.
¿Pero qué pasa cuando esa persona no busca enfrentar? ¿No busca fortalecer la sanidad emocional? ¿Cuando el control y represión es la manera de salir a flote y nadar?
Eso me hace estallar más o peor aún: implosionar. Siento pánico sobre el daño que me puede causar callar, evitar.
Si algo he aprendido es que teorías abundan, ninguna mala o buena, todas sirven de algo. Lo que sí puedo concluir es que reprimir me ha enfermado, consistentemente. Se pasa la enfermedad emocional a la mental y hasta la física, manifestándose como evidencia de lo que quisiste enterrar. Para ver si ahora si la observas, la sientes, la aceptas.
Hay que sacar todo al aire. Aunque sea para observar. Nada como el sol para desinfectar. Hay que atrevernos a ver el sentimiento de frente aunque duela, aunque cueste.
Te das cuenta que al igual que una inyección, la ilusión del dolor que algo puede llegar a causar siempre es más grande que la realidad. Consume más tiempo el miedo que cerrar los ojos y poderte tu sola inyectar.
Más sentir, menos pensar, más observar, menos encerrar.
Esta es la forma que elijo sanar.